OPINIÓN-: Un Venezolano Itinerante
30 diciembre, 2020. Genaro Mosquera
¿Tendré la posibilidad de regresar a
Venezuela, después de tres años de
andar por medio mundo como venezolano
itinerante?, Esta pregunta me
abrió la posibilidad de relatar mi
propio andar en un exilio voluntario en
la narrativa de una historia que me la
cuento a mí mismo basada en la
experiencia vivida, dura, pero también
feliz que ha sido iniciar la marcha
itinerante sin destino final, pero
ello nos va dejando sin fuerza, expuestos
a un proceso muy difícil que nos fue
inducido, producto de unos
resentidos que se apropiaron del país,
de nuestras vidas, de nuestro
conocimiento, del patrimonio trabajado
por años, de un hábitat que nos
costó media vida construir, tener
hijos, criarlos, educarlos, convertirlos
en gente de bien, favorecer sus
grados, y finalmente, también ellos verse
afectados y migrar a medio mundo.
Esa pérdida que arrastró cultura,
amigos, afectos, paisajes y arraigo en un
país que nos vio nacer, con ancestros
de siglos, y que condujo a una
marcha ininterrumpida, voluntaria por
la dificultad en el país de
sobrevenir, perder una infraestructura
que nos quedó grande, hubo que
liquidarla a valores depreciados, y
agotar su producto en el andar por el
mundo dentro de una la línea de tiempo
que avanza sin pausa, la
imposibilidad de trabajar de manera
satisfactoria e improductiva, y como
si fuera poco, vivir también de manera
intermitente en lo que
corresponde a la calidad de vida.
Reconozco que nos hemos expuesto a un
proceso complejo, sin
comprenderlo, sujeto a la condición de
ser extranjero en un país extraño,
como dice un poeta local, todos somos
exiliados de un país
imaginario. El transito ha sido
complicado, un país nuevo cada vez que
se vence la permisología lo cual nos obliga
a pernoctar en diferentes
locaciones como si fuera una película:
Costa Rica, España, Panamá y
Estados Unidos, incluyendo varias
veces la estadía en ciudades
diferentes; cobijados por hijos o
familiares, incluso por amigos,
obligados a marchar con un magro
equipaje y a reposar en lechos
extraños, obligados además por el
confinamiento obligatorio de la
pandemia.
En ese país imaginario, algunos
emigrantes son exitosos, lograron visas
de permanencia y trabajo, y se
transculturizan rápidamente, pero son
infinitamente pocos en relación al
masivo éxodo venezolano, el resto,
rogando por visas de permanencia como
me ha ocurrido, vencido los
plazos, salidas a otro lugar o país,
itinerante por geografías desconocidas
desdibujadas de la experiencia inicial
que tuvimos anteriormente cuando
los visitamos como turista, que
contrasta y que es bien diferente cuando
hay que sobrevivir en ellos.
Reconozco el éxito de esos pocos
emigrantes, claro está, sin considerar
los que se refugian en ellos para
disfrutar el botín obtenido por sus malas
prácticas, pero la mayoría a mi
juicio, somos incapaces de superar la
sensación de pérdida y la condición de
ser deshechos moral y
económicamente lo cual hace producir
locuras para mantener una vida
decorosa y dependiente si se tiene suerte,
pero en el fondo se tiene la
sensación de pérdida y se potencia el
extrañamiento del terruño que nos
hace pensar en la incapacidad de ser
superado, Poco a poco desaparece la
esperanza, lo cotidiano se hace
presente, esquivo; como decía Thomas
Mann, “, “Sólo somos fantasmas,
vivimos deambulando por el país de
los recuerdos”.
Miles de compatriotas llegan a todas
partes día por día, en situación
precaria, dejando familias atrás con
la inútil esperanza de llevarlos un
después que nunca llegará, viajan con
todo y quedan sin nada,
particularmente siento que tenía
mucho, pero no tengo nada. Solo esa
condición nos hace poner de lado el
pasado privilegiado, y la nostalgia
del país que no fue y no será,
luchando contra la depresión, sin poder
compartirla, rumiando en un parque
público cuando la fuerza pública lo
permite esgrimiendo el argumento de la
pandemia china.
Al final, todo se reduce a la
aceptación de la realidad que va mucho más
allá de ser optimista o pesimista,
solo se requiere de la fuerza y el
carácter de que vamos a salir adelante
con éxito para recuperar el terreno
descomisado por la barbarie y toda
acción es poca para lograr echar a los
ocupantes de lo nuestro y salir de esa
condición mental de ser nadie en
tierra ajena. Mientras el proceso de desalojo
transicional se da, tenemos
que liderar con la realidad de que el
año que viene se irán, como ha
pasado año tras año y ya van
veintidós, la desesperanza no nos muerda el
alma,
Asimilada la realidad, debemos luchar,
revelarnos, y preservarnos
nosotros mismos ante la fatalidad y
hacer algo más que escribir y arengar
a la distancia en función de
reconstruir y recuperar a un país como
Venezuela, es decir, aplicar lo que
aprendimos en la escuela de gerencia
sobre liderazgo, llevar a cuesta el
concepto de que para liderar tenemos
que ser líder de nosotros mismos y
preservarnos emocional y físicamente
de tal manera que podamos hacer lo
necesario por Venezuela y por los
venezolanos.
Hace falta que muchos de nosotros
regresemos, a como dé lugar,
estimular el cambio y desarrollar las
iniciativas necesarias, pero también
entender que muchos nunca van a
regresar, cambiaron su condicion de
vida, pero tambien hará falta que
muchos no regresen, para que
contribuyan con el país de muchísimas
otras formas y apoyar las
estrategias de un nuevo desarrollo con
sus capacidades e inducir la ayuda
internacional. Si no luchamos por
rescatar al país, pueden pasar muchos
años más.
No podemos continuar deambulando
dejando que el tiempo pase
inmisericorde y lleguemos tarde a la cita
de la libertad, es necesario
involúcranos en la lucha y, tomar
iniciativas en lugar de limitarnos a
sobrevivir, cargado solo de cuentos y
experiencias, pero inevitablemente
desgastados.