lunes, 4 de enero de 2021

UN VENEZOLANO ITINERANTE

 


OPINIÓN-: Un Venezolano Itinerante

30 diciembre, 2020. Genaro Mosquera

¿Tendré la posibilidad de regresar a Venezuela, después de tres años de

andar por medio mundo como venezolano itinerante?, Esta pregunta me

abrió la posibilidad de relatar mi propio andar en un exilio voluntario en

la narrativa de una historia que me la cuento a mí mismo basada en la

experiencia vivida, dura, pero también feliz que ha sido iniciar la marcha

itinerante sin destino final, pero ello nos va dejando sin fuerza, expuestos

a un proceso muy difícil que nos fue inducido, producto de unos

resentidos que se apropiaron del país, de nuestras vidas, de nuestro

conocimiento, del patrimonio trabajado por años, de un hábitat que nos

costó media vida construir, tener hijos, criarlos, educarlos, convertirlos

en gente de bien, favorecer sus grados, y finalmente, también ellos verse

afectados y migrar a medio mundo.

Esa pérdida que arrastró cultura, amigos, afectos, paisajes y arraigo en un

país que nos vio nacer, con ancestros de siglos, y que condujo a una

marcha ininterrumpida, voluntaria por la dificultad en el país de

sobrevenir, perder una infraestructura que nos quedó grande, hubo que

liquidarla a valores depreciados, y agotar su producto en el andar por el

mundo dentro de una la línea de tiempo que avanza sin pausa, la

imposibilidad de trabajar de manera satisfactoria e improductiva, y como

si fuera poco, vivir también de manera intermitente en lo que

corresponde a la calidad de vida.

Reconozco que nos hemos expuesto a un proceso complejo, sin

comprenderlo, sujeto a la condición de ser extranjero en un país extraño,

como dice un poeta local, todos somos exiliados de un país

imaginario. El transito ha sido complicado, un país nuevo cada vez que

se vence la permisología lo cual nos obliga a pernoctar en diferentes

locaciones como si fuera una película: Costa Rica, España, Panamá y

Estados Unidos, incluyendo varias veces la estadía en ciudades

diferentes; cobijados por hijos o familiares, incluso por amigos,

obligados a marchar con un magro equipaje y a reposar en lechos

extraños, obligados además por el confinamiento obligatorio de la

pandemia.

En ese país imaginario, algunos emigrantes son exitosos, lograron visas

de permanencia y trabajo, y se transculturizan rápidamente, pero son

infinitamente pocos en relación al masivo éxodo venezolano, el resto,

rogando por visas de permanencia como me ha ocurrido, vencido los

plazos, salidas a otro lugar o país, itinerante por geografías desconocidas

desdibujadas de la experiencia inicial que tuvimos anteriormente cuando

los visitamos como turista, que contrasta y que es bien diferente cuando

hay que sobrevivir en ellos.

Reconozco el éxito de esos pocos emigrantes, claro está, sin considerar

los que se refugian en ellos para disfrutar el botín obtenido por sus malas

prácticas, pero la mayoría a mi juicio, somos incapaces de superar la

sensación de pérdida y la condición de ser deshechos moral y

económicamente lo cual hace producir locuras para mantener una vida

decorosa y dependiente si se tiene suerte, pero en el fondo se tiene la

sensación de pérdida y se potencia el extrañamiento del terruño que nos

hace pensar en la incapacidad de ser superado, Poco a poco desaparece la

esperanza, lo cotidiano se hace presente, esquivo; como decía Thomas

Mann, “, “Sólo somos fantasmas, vivimos deambulando por el país de

los recuerdos”.

Miles de compatriotas llegan a todas partes día por día, en situación

precaria, dejando familias atrás con la inútil esperanza de llevarlos un

después que nunca llegará, viajan con todo y quedan sin nada,

particularmente siento que tenía mucho, pero no tengo nada. Solo esa

condición nos hace poner de lado el pasado privilegiado, y la nostalgia

del país que no fue y no será, luchando contra la depresión, sin poder

compartirla, rumiando en un parque público cuando la fuerza pública lo

permite esgrimiendo el argumento de la pandemia china.

Al final, todo se reduce a la aceptación de la realidad que va mucho más

allá de ser optimista o pesimista, solo se requiere de la fuerza y el

carácter de que vamos a salir adelante con éxito para recuperar el terreno

descomisado por la barbarie y toda acción es poca para lograr echar a los

ocupantes de lo nuestro y salir de esa condición mental de ser nadie en

tierra ajena. Mientras el proceso de desalojo transicional se da, tenemos

que liderar con la realidad de que el año que viene se irán, como ha

pasado año tras año y ya van veintidós, la desesperanza no nos muerda el

alma,

Asimilada la realidad, debemos luchar, revelarnos, y preservarnos

nosotros mismos ante la fatalidad y hacer algo más que escribir y arengar

a la distancia en función de reconstruir y recuperar a un país como

Venezuela, es decir, aplicar lo que aprendimos en la escuela de gerencia

sobre liderazgo, llevar a cuesta el concepto de que para liderar tenemos

que ser líder de nosotros mismos y preservarnos emocional y físicamente

de tal manera que podamos hacer lo necesario por Venezuela y por los

venezolanos.

Hace falta que muchos de nosotros regresemos, a como dé lugar,

estimular el cambio y desarrollar las iniciativas necesarias, pero también

entender que muchos nunca van a regresar, cambiaron su condicion de

vida, pero tambien hará falta que muchos no regresen, para que

contribuyan con el país de muchísimas otras formas y apoyar las

estrategias de un nuevo desarrollo con sus capacidades e inducir la ayuda

internacional. Si no luchamos por rescatar al país, pueden pasar muchos

años más.

No podemos continuar deambulando dejando que el tiempo pase

inmisericorde y lleguemos tarde a la cita de la libertad, es necesario

involúcranos en la lucha y, tomar iniciativas en lugar de limitarnos a

sobrevivir, cargado solo de cuentos y experiencias, pero inevitablemente

desgastados.