Frecuentemente hablamos de liderazgo, y en una
particular acepción como es la que interpreta las directrices de una asamblea,
en el caso particular de la política, de los militantes de una determinada
ideología, sin dejar de lado el sistema empresarial, académico y en casi
cualquier tipo de organización. En general, esos liderazgos están
caracterizados por individuos de gran personalidad, seguros de sí mismos, con
dominio fácil de la palabra, e improvisan con o sin conocimiento, pero actúan
bajo los mecanismos intuitivos o psicológicos de seducción y convencimiento.
Las personas que actúan como líderes políticos
asumen su comportamiento asociado generalmente a los intereses de un partido y
están frecuentemente rodeados de compañeros al área de su competencia los
cuales son duchos en la logística del líder y dispuestos a desarrollar su plan
de acción, manejo de situaciones o actividades colaterales dentro de una
cultura determinada
En escenarios de incertidumbre como el que vivimos
actualmente en Venezuela, cuya crisis se incrementa en el tiempo, las personas
en general buscan referencias en un liderazgo que los represente; en este caso,
es necesario hablar de dirigentes o de individuos que intervienen en la
complejidad sociocultural, con influencia para usarla convenientemente,
obviamente, sin asumir posiciones colaboracionistas lo cual los hace
despreciables ante la opinión pública por esquiroles, o incluso, de aquellos
que en posiciones públicas ejercen el poder dictatorialmente,
característico de los gobiernos autoritarios y generalmente socialistas.
Preferimos un liderazgo que sea representativo, electo por sus militantes o siguiendo las formalidades para que legítimamente actúen en su nombre bajo la directriz de objetivos o programas claros, muy lejos del oportunismo y del aprovechamiento como lamentablemente lo estamos viendo, cuando dirigentes de la llamada Plataforma Unitaria se arrogan la representación de la oposición y, actúan en una negociación que compromete el futuro del país sin que nadie los haya electo, sin tener principios populares como norte y que actúan bajo la premisa del oportunismo, de mantener posiciones en búsqueda de la impunidad y supervivencia política.
Deseamos un liderazgo nuevo, que sea producto de
una elección democrática o al menos que comparta la visión de país y la
búsqueda real de una solución a la crisis, mediante el cese de un régimen
usurpador declarado como tal, con todas las formalidades legales que se usaron
en su contra en su oportunidad y cuyas directrices fueron ignoradas
olímpicamente. Queremos líderes que se evalúen constantemente, que se muevan
guiados por la razón, la lógica y lo que afirme sea verdad documentada, que se
aproxime a cómo nos gusta pensar, qué somos y cómo somos, y que practique en el
caso de agrupaciones políticas la democracia interna renovándose en los
periodos reglamentarios y, si desea preservar ese liderazgo, haga el trabajo
adecuado, dentro de las normas éticas y debida eficacia.
Si observamos la realidad política venezolana de
los partidos, y de sus menguados y poco creíbles dirigentes, es evidente que se
han desconectado de la opinión pública y actúan casi como una secta; donde
generalmente se juntan diversos dirigentes de pensamiento heterogéneo para
defender intereses particulares y no precisamente los populares.
Hemos visto por años a los mismos hombres que se
mantienen por décadas en los mismos cargos, están permanentemente en la opinión
pública gracias a sus dotes de narcisismo, elocuencia y conocimiento de eventos
puntuales, sincrónicos, y estimulados por líderes de los medios que los aúpan,
que desconocen la reglamentación democrática y usan argumentos con cualquier
excusa para no ir a elecciones internas, pero que defienden las fraudulentas
elecciones regionales, acción totalmente cuestionable, incluso su oportunismo,
el cual los lleva a ser tránsfugas y van de partido a partido ignorando ideologías,
confiabilidad, convergencia, suficiencia y eficiencia, pero que se colocan en
posición oportuna para la supervivencia política utilizando cualquier medio
disponible, incluyendo la vergonzosa negociación con lo más bajo de la
escala delincuencial que permanentemente los han humillado en más de media
docena de encuentros donde salen con el rabo entre las piernas.
Utilizando un término popularizado por Dani Rodrik,
el “Trilema del liderazgo político”, en estos tiempos, se requiere dicho
enfoque ante las circunstancias actuales, es decir, la necesidad de
líderes nuevos, que tengan la capacidad de conducirnos con éxito ante la
barbarie, la dictadura y la convivencia cómplice que permitan asumir el control
organizacional marcado por el deseo popular de mayor participación
de la sociedad civil dentro de un escenario adverso, atomizado,
politiquero y declarativo, que requiere un cambio de modelo, el dominio técnico
de los asuntos públicos y una visión política e intelectual para aposentar una
imagen sólida en las fuerzas influyentes del país que, en gran medida, definan
su capacidad imprescindible de reorganizar el sistema electoral, redefinir las
estrategias publicas destruidas, hacer propuestas claras de reconstrucción
nacional y ganar elecciones a corto plazo, por supuesto, dentro de un proceso
limpio y adecuado para poder gobernar con virtud y acierto dentro del concierto
de partidos políticos reconstruidos y democráticos.
El desarrollo de los medios de comunicación y de
las redes sociales hace imposible volver a las antiguas retóricas, por tanto,
un líder requiere definirse en esas circunstancias, y que esté dispuesto a
ceder el protagonismo en un momento dado, por tanto, un líder no existe sin
equipo y en la medida que crece su influencia más necesaria se hace la de un
equipo profesional eficiente y con experiencia. Probablemente ello explica la
imposibilidad de organizar a la oposición y que metafóricamente pudiésemos
afirmar que “hay muchos jefes y pocos indios”.
El refuerzo de la cabeza visible como líder no debe
condicionar a la organización a la que representa, por el contrario, se debe
empoderar en atención de su capacidad para instrumentar las políticas que
comparte con la organización como representante y voz, no de su propia ambición
como lo están haciendo dirigentes de papel que no representan a nadie de manera
legítima
En las condiciones actuales del país, el cambio
necesario de modelo requiere la personificación de un hiperlíder, con un
equipo, un programa y resolver el lamento de lo mal que nos pueda parecer,
favorecer la representación de los demás que permita ejercer el poder
dentro de los mecanismos formales, sustentado en un plan maestro, construido
sobre las bases del conflicto y el consenso.
En Venezuela, los dirigentes actuales deben
entender su caducidad y desvinculación popular, donde el elemento central ha
sido el cansancio de sus intervenciones fallidas, su virtual colaboracionismo
con el régimen, las malas prácticas políticas, el grado de corrupción de
algunos componentes, y de un ejercicio democrático inexistente porque se han
mantenido en el poder de sus partidos al margen de la militancia y la ausencia
de renovación democrática. Aparte de que como dirigentes no permiten el ascenso
generacional y sus actuaciones se hacen sospechosas a la comunidad.
Los enfoques innovadores son necesarios en la
actualidad para cumplir con el marco regulatorio, satisfacer las demandas cada
vez más cambiantes de la colectividad, y sacar el máximo provecho posible de
factores internos y externos que revienten al régimen. El líder no deber
permitir que la presión toque su interior. Es decir, blindar la vida personal
para no colapsar; ser sumamente flexible y no apegarse a ideas preconcebidas.
Más allá de un presupuesto, más allá de los indicadores habituales, hay que
medir las tendencias.
Todo se reduce a poseer altos estándares éticos y
morales, disponer de metas y objetivos claros; buena comunicación, actualizado
tecnológica y culturalmente abierto a los cambios innovadores, Enfrentemos el
futuro con una reflexión sobre estos elementos para construir un movimiento que
enfrente la debacle, y la conchupancia de la plataforma de la unidad con el
régimen, los cuales han corrido la arruga, y ahora, ya esa “oposición” forma
parte del “gobierno”, en una reedición posmoderna de la ancha base.
Desgraciadamente, por todos, esos errores
estratégicos, tácticos, de desesperanza y ausencia de representatividad, no
tendremos probabilidad de cambio hasta 2024, pero que, con líderes auténticos
trabajando desde ahora, con objetivos claros, nuevos esquemas electorales,
planes de reformulación de la educación en todas sus fases y la reconstrucción
institucional a través de programas realistas podremos enfrentar el futuro con
éxito para poder cambiar al régimen que nos arruinó como país y como personas.
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