jueves, 10 de marzo de 2022

GENOCIDIO

 


Toda una generación ha sido dada de baja de la demografía venezolana, más de seis millones de venezolanos se fueron mermando el número de habitantes en suelo patrio. La supuesta población de treinta y dos millones de almas, tiene un grado de error e incertidumbre apreciable ya que es producto de estimaciones cuya base de cálculo es del siglo pasado y nadie se ha molestado en hacer un censo de población y vivienda con las normas regulares y exigentes que esta metodología exige. Sus proyecciones son el sustento para hacer crecer a la población de manera artificial, deformar el registro electoral, cambiar las tasas de crecimiento interanuales y de la población activa para hacer las marramuncias electorales que ya todo mundo conoce.

De los que nos quedamos en el país, el noventa y cinco por ciento son personas que pudiéramos denominar clase popular, que sobrevive y tiene su domicilio en viviendas localizadas en lugares muy populares con estructuras casi improvisadas sin llegar a la categoría del rancho puesto que, la mayor parte de ellos tienen condiciones limitadas de habitabilidad y, adicionalmente son de construcción propia aprovechando las habilidades extraordinarias para construir viviendas, incluso de varios pisos ubicadas en laderas y barrancos que retan la imaginación.

Buena parte de esa población son herederos de la gran migración de colombianos, ecuatorianos, peruanos, chilenos y trinitarios que en las décadas sesenta- setenta venían en masa al país atraídos por la bonanza constructiva, el desarrollo petrolero y de los servicios. Esa población de inmigrantes fue aceptada sin preguntar, sin restricciones, eran un venezolano más y se articulaban a los criollos con extrema facilidad y, nos mesclábamos en una sociedad abierta; Incluso, también venían profesionales, especialmente de España, Chile, Argentina y Ecuador los cuales se insertaban con éxito en las universidades, y colegios, incluso en despachos oficiales. Nadie les pedía visa, demostración de nada, eran respetados, ingresaban con iguales derechos del criollo, sin exclusión y de tratos considerados, incluso detentaron cargos de gran nivel oficial y empresarial, sin envidias ni limitaciones.

Quien los viera hoy día, especialmente a sus descendientes, afanosamente buscan la nacionalidad de origen para instalarse en los países de sus ascendientes en países que han estimulado de manera malagradecida la xenofobia hacia el venezolano, exhibiendo un trato despectivo discriminatorio y ofensivo, provocando restricciones para los compatriotas que se han ido en busca de nuevos derroteros los cuales tienen que soportar estoicamente la marginalidad a la que somos sometidos. Esa población que integra la más alta migración en la historia del país, abandonó, cultura, familia y arraigo, provocado como consecuencia del modelo político socialista y dictatorial cuyos dirigentes son responsables del éxodo, variable importante a tomar en cuanta ante las violaciones de los derechos humanos...

Los que quedamos, integrantes de esa mayoría empobrecida, ahora estamos sujeto a un gran cambio social. La clase media alta se fue, la media desapareció, y buena parte de ella se fue, el resto por acción de las políticas internas ha quedado como clase media baja marginal, con tendencias marcadas en dirección a la pobreza de solemnidad. La clase popular, en gran mayoría son dependientes de la nómina del estado, del emprendimiento particular coyuntural, caracterizado por el rebusque complementario, bien sea por la vía de la coima, comisiones, especulación o cualquier otro mecanismo, y como consecuencia, ya devenga salarios mínimos superiores a los de los vecinos colombianos y panameños. Usan sus habilidades constructivas, artesanales y multiplicidad de oficios induciendo su transformación en clase media proletaria, se ha transformado en lo que pomposamente la propaganda oficial denomina un “nuevo hombre”,

Su perfil ha evolucionado favorablemente, a pesar de ello, vive en su mismo lugar, potenciado sus ingresos, y es evidente que su conducta ha cambiado, está caracterizada con ligeras excepciones en una persona típicamente diferente, altiva, retrechera, sin valores, especulativa y ofensiva maltratando sin consideración a la clase media sobreviviente. A esa mayoría no cabe la menor duda le conviene ignorar la política del régimen, incluso la defienden y, en general, rompe el mito de que la oposición al régimen es mayoría

Hay que destacar que de lo que fue clase media, integrada por profesionales que fueron   formados con la cultura socialista, bien en el país, o en  los paraísos comunistas, que fueron eternos dirigentes de la  izquierda tradicional y que hicieron de la universidad un ministerio,  estimularon los golpes de estado, y contribuyeron a crear al régimen que nos somete, gobernaron en los inicios del  experimento autoritario, se enriquecieron, y claro, fueron purgados al viejo estilo bolchevique por la nueva clase del “superhombre nuevo”, y luego, se fueron a disfrutar de su nuevo riquísimo, y los que excepcionalmente no lo hicieron, ahora regresaron a su casa avergonzados y desean erigirse como dirigentes de oposición.  Pero todos ellos tienen la corresponsabilidad con el régimen dictatorial, de favorecer al crimen organizado, y de complicidad de haber entregado al país en manos cubanas, rusas, chinas e iranies, y como si fuera poco, al narcotráfico y la guerrilla colombiana, y ahora, defensores de la invasión rusa, a Ucrania excusa excepcional para acabar con la cultura occidental.

La clase media que queda es mayoritariamente jubilada o pensionada, ha sido maltratada, humillada y mendingada con pensiones irracionales, estafados ya que su aporte a la sociedad, y sus fondos de protección financiados en buena medida por ellos mismos ha sido cancelada. Han sido desprovistos de la seguridad social que induce a la miseria, hambre, pérdida de calidad de vida y engrosa la larga lista semanal de fallecidos y los que van quedando, presentan en general una condición humana deplorable, es decir, están siendo eliminados por el sistema en una clara política genocida.

El perfil de ese jubilado es realmente lamentable, su origen es popular, casi todos salimos de los barrios, llegamos a la universidad, ejercimos la profesión de manera honorable, muchos ingresamos a la docencia y adquirimos ese oficio donde todo fue creativo, crecimos, hicimos especializaciones, maestrías, doctorados, nos destacamos, dirigimos organizaciones universitarias, instituciones oficiales, institutos, empresas y corporaciones. Gradualmente perdimos el poder adquisitivo, vendimos el patrimonio incluyendo las viviendas a precio de remate para mantenernos, cambiamos de nivel de vida, a viviendas modestísimas, perdimos pequeñas inversiones, vehículos y prendas, nos deterioramos, pasamos hambre, muchos mueren de inanición y como se fuera poco, no podemos pagar servicios y la alimentación. Adecuada.

El mantenimiento decoroso y la salud ya no es protegida, mueren por centenares y   estoicamente esperamos lo propio en cualquier momento por la pérdida total de calidad de vida, con el agravante moral del desprecio al jubilado, y el maltrato del hombre nuevo, que uniformado, con chapa y arma nos expolia, o de aquellos que con sus oficios de toeros nos especulan. La ausencia de dinero nos desequilibra y perdemos hasta la sindéresis por no decir la razón, Eso es genocidio y no estamos hablando de números bajos, son centenares de miles de personas en esa condición que en algunos casos los ayudan precariamente algunos hijos que con mucho esfuerzo hacen una eventual contribución que mengua paulatinamente.

En resumen, la política del régimen, montada en una estrategia de favorecer la pobreza y el hambre someten al pueblo que confronta la diatriba, huye o se muere. Es una guerra tan infame como la invasión que vemos en Europa, paulatina y exterminadora, en otras palabras, es un genocidio postmoderno cuyos responsables ríen y bailan a sus anchas de manera perversa, sin misericordia, en un ambiente de pérdida de libertades y de represión. Claro que es un genocidio, y como tal serán juzgados, Sálvese quien pueda.

Por Genaro Mosquera

Doctor en Ciencias, profesor jubilado de la Universidad Central de Venezuela

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